Fuente: Amorrortu editores, Buenos Aires - Madrid, 2007, págs. 77-88
Estilo de vida y los principios dela terapia
Extracto de Jürgen Kriz : Corrientes fundamentales en psicoterapia
La línea que lleva del plan de vida a la conducta concreta se puede esbozar entonces de este modo: partiendo del plan de vida ad quirido en la primera infancia, con que el niño toma posición frente al complejo total de sus condiciones corporales y su ambiente (unas y otro en su sentido más lato), el individuo elabora, «en su infatigable afán de superioridad» (Adler), líneas rectoras para su conducta. El estilo de vida es entonces el movimiento concreto del individuo a lo largo de estas líneas rectoras. Nosotros vemos en la superficie, en cada situación especifica, una variada mezcla de comportamientos concretos, pero tras estos se esconde siempre el estilo de vida.
Esta concepción según la cual el ser humano obra con arreglo a sentido, de manera finalista, y según eso organiza enteramente su pereepción y su conducta con miras a superar ciertos estados de falta es otra de las ideas que lo convierten en precursor de la psicología humanista (véase supra). La psicología individual se puede caracterizar entonces como una «psicologia comprensiva profunda» (cf. Rattner, 1976) que no descompone al ser humano en factores aislados que determinaran sus acciones (y su patología) por medio de influjos acordes con leyes causales, sino que intenta reconstruir su obrar (y su patología)
remitiéndolo como un todo a su propio sistema de referencias, el estilo de vida (o el plan de vida que está en su base).
En este sentido, M. Titze (quien se ha distinguido en los países de lengua alemana por incorporar la psicología individual a las concepciones y procedimientos de la psicoterapia moderna; cf., p.ej., Titze, 1979) ha señalado que el estilo de vida en verdad abarca dos sistemas de referencias bien deslindados. Sobre la base de Adler [...] distingue Titze (1984) entre un sistema de referencia «primario» y otro «secundario»:
El sistema de referencia primario, que se desarrolla en la primera infancia, es privado, subjetivo, prejudicativo, centrado en el sentimiento, se vale con prefereneia de simbolos ana1ógicos (es por lo tanto figural, intuitivo, metafórico), se singulariza por juicios extrernos Y conclusiones generalizadoras y, de este modo, constituye la base de la conducta egoísta y el afán de superioridad personal. Este sistema de referencia es entonces «el niño pequeño en nosotros» (Adler).
El sistema de referncmia secundario, en cambio, se adquiere sólo en el curso de la socialización (y ya en el marco del sistema primario) por obra del compañero social. Es convencional, intersubjetivo, acorde a reglas, lógico y racional, se vale sobre todo de símbolos digitales (en consecuencia se centra en el lenguaje y la escritura, es abstracto y analítico). Está «descentrado de la esfera de la "egoidad" inmediata» (Titze) y de este modo constituye en su conjunto la base del sentimiento de comunidad (véase infra). Este sistema de referencia se puede caracterizar como «el adulto en nosotros» o como «conciencia moral».
Esta distinción clara de dos sistemas de referencia facilita una cornprensión diferenciada del estilo de vida dentro del marco de la psicología individual, lo cual constituye un aspecto importante de la acción terapéutica (véase infra).

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Para investigar el plan de vida es preeiso averiguar la constelación familiar, registrar problemas y conduetas actuales, y evocar vivencias tempranas. En cuanto a estas, no importa su contenido de verdad, puesto que en el recuerdo y en la fantasía muchas cosas se presentan diferentes de lo que tal vez aconteció «en realidad». Más bien interesa lo actual de las experiencias expuestas aquí y ahora porque desde ellas (por la apercepción tendenciosa y el recuerdo) se trasluce el plan de vida con más claridad que en las situaciones reales.
Otro procedimiento para averiguar el plan de vida, el estilo de vida y el «esquema de apercepción individual» ligado a aquellos - en resumen: el sistema de referencias en su totalidad - es pesquisar los recuerdos de la infancia más temprana, las fantasias y ensoñaciones diurnas frecuentes, los cuentos predilectos. También se procura obtener un cuadro del estilo pedagógico de los padres y determinar «la divisa familiar» (cf. Titze, 1979). Un buen recurso es, además, «la pregunta de evitación» (Adler): «¿Qué emprendería usted si yo lo curara en un plazo breve?»; la respuesta contendrá indicaciones acerca de lo que se quiere evitar (inconcientemente) por medio de los sintomas actuales.
Junto a estos abordajes destinados a dilucidar el plan de vida por un camino más bien cognitivo, se presta atención a las posturas corporales, los gestos, el registro de voz. Adler propuso que el terapeuta imaginara por breve lapso estar en una pantomima, es decir que no reparara en las palabras sino que se concentrara en actitudes, gestos, etc., e intentara dilucidar desde estos los designios más profundos.
Pero la curación, explica Adler (1973, pág. 114), «sólo se puede lograr por caminos intelectuales: la comprensión cada vez más clara que el paciente alcanza sobre el error en que está, y el desarrollo de su sentimiento de comunidad». Este trabajo cognitivo destinado a modificar el estilo de vida es sin duda particularmente indicado cuando la perturbación se sitúa en el campo del «sistema de referencia seeundario» (véase supra). Así, el desánimo, que para Adler constituye el aspecto central de toda neurosis, obedece a una defectuosa aceptación de sí: el sentimiento de inferioridad y un perfeccionismo del deber hacen que el individuo se viva a si mismo como un perdedor permanente; «realza entonces - para tomar una expresión de la teoría de la Gestalt - su imperfeceión como "figura", y desplaza hacia el "fondo" sus capacidades, virtudes y excelencias latentes» (Titze, 1984, pág. 74). Para contrarrestar el «rigorismo de la conciencia moral» - aspecto esencial del sistema de referencia secondario - se introduce, de acuerdo con Titze (1984), un «diálogo socrático» que lleva al absurdo la férrea necesidad de estas normas exageradas o, por lo menos, las pone en entredicho (encontramos este mismo procedimiento en la logoterapia de Frankl, y en la terapia racional-emotiva de Ellis).
Los efectos cie este trabajo lógico-cognitivo solo se pueden hacer sentir dentro del sistema de referencia secundario, o sea, aquella parte del estilo de vida que está determinada por aspectos cognitivos, lógicos, digitales. En cuanto al sistema de referencia primario («el niño pequeño en nosotros», véase supra), se plantea el peligro de que la resistencia se acreciente todavía más porque una acción produce una reacción contraria, como lo señaló Adler. Pero el terapeuta puede «aliarse en un sentido conspirativo» con este «niño pequeño en el paciente», procedimiento que Titze (p.ej., 1979) ha expuesto con todo detalle: para esto el terapeuta muestra al paciente que sus síntomas tienen cabal sentido como un medio para asegurar su existencia personal, son necesarios y por lo tanto también son racionales. En el caso de un paciente agorafóbico, le revelará «en absoluta confianza» que este es «el camino más seguro para evitar fracasos en el trabajo»; frente a una sintomatología histerica, señalará que «no existe mejor método para atraer la atención»; y si el paciente presenta síntomas de compulsión, puede indicar que este es «un intento genial de llevar al absurdo la compulsión de la vida cotidiana» (Titze, 1984, pág. 77).
Este proceder, que se emplea también en otras variedades de terapia (p.ej., bajo la designación de «reencuadramiento»), hace que aparezca de repente bajo una nueva luz lo que se suponía que era una debilidad o incapacidad. Por un lado, se le muestra al paciente su contribución activa en la sintomatología y su poderío como generador de acciones (de lo que se sigue inmediatamente, dentro de la técnica de infundir ánimo, que ya no está «expuesto» a sus síntomas sino que los produce, y que en principio, por lo tanto, podría actuar de manera diferente). Por otro lado, esta nueva interpretación destruye partes del sistema de «lógica privada» con que el paciente hasta entonces había logrado sustraerse de su responsabilidad.
Además, en la psicologfa individual el chiste y el humor se introducen como formas de intervención paradójica a fin de socavar la lógica y el exagerado normativismo del neurótico en orden a su sistema de referencia secundario. En este sentido, Titze indica, para conocimiento de otras escuelas terapéuticas (en particular, la terapia de la conducta y la terapia de la comunicación), que la psicología individual dispone de un vasto instrumental de técnicas paradójicas especificas. Justamente la definición de estas tecnicas ha hecho que la psicología individual haya recibido atención cada vez mayor en el campo de la terapia clínica, en años recientes en que floreció el asesoramiento socio-pedagógico.


Referencia bibiográficas:

Rattner, J. (1976): Verstehende Tiefenpsychologie, Berlín: Verlag für Tiefenpsychologie.
Titze, M. (1979): Lebensziel und Lebensstil, Munich: Pfeiffer.
Titze, M. (1984): Individualpsychologie. En: Petzold, H., ed., Wege zum Menschen, vol. II, Paderborn: Junfermann, págs. 7-100.