Galería de Busqueda (Paysandú, Uruguay), 8.9.2011, p. 8-12
El temor a ser imperfecto
Por Carolina Villamonte

Tener una parte del cuerpo chica, fea, grande, gorda o demasiado flaca puede hacernos sentir menos frente a los demás. Ser pobre, ser morocho, considerarse tonto, tener pánico al ridículo son motivos más que suficientes para que crezca en nosotros un sentimiento de ser inferiores. Todos hemos experimentado algún grado de inferioridad en nuestra vida debido a ciertas causas (que pueden ser infinitas), pero cuando esa deficiencia real o imaginaria se convierte en un trauma podemos estar ante un complejo que nos hace víctimas de nosotros mismos. Ese sentimiento va tomando formas y generando mecanismos que perjudican la vida cotidiana y su interacción social.

Una persona que se siente inferior puede decidir aislarse, procurar ocuparse en una actividad que le ayude a ocultar su inferioridad, sentir que nunca va a dar lo mejor de sí, e incluso experimentar la envidia en un alto grado. Pero los síntomas que manifiestan este sentimiento pueden ser muy diversos y hasta opuestos. Muchas veces lo que sale a la luz es exactamente la contracara, y la persona expresa superioridad intentando destruir la imagen de otros para resaltar la suya, o mostrando su autoridad abusando de ella.

Sin embargo, más allá de actitudes cotidianas que pueden atormentar a quienes conviven con estas personas, los tortuosos caminos de la mente pueden hacer que ese sentimiento, en cierto grado normal para algunos psicólogos, derive en patologías como la depresión, la anorexia o diversas fobias.

El complejo de inferioridad, introducido por Alfred Adler en 1908, puede afectar al rico y al pobre -aunque su preponderancia entre los estratos bajos es mayor-, al lindo y al feo, al poderoso y al subordinado, al inteligente y al desvalido, a una persona y a una sociedad. Todos tenemos algo de lo que no nos sentimos orgullosos. Ser un país chico entre las dos potencias del Cono Sur, con una población total igual a la de un barrio de Rio de Janeiro, y con poca fama a nivel mundial, ha generado entre los uruguayos un sentimiento de inferioridad que se trasluce cuando creemos que este país no tiene futuro, somos poco patriotas y solo sentimos que existimos si alguien nos menciona en algún punto del planeta. Tal vez esto explique esa idiosincrasia de rostro adusto del uruguayo. Según la corriente psicológica adleriana, la manera de superar un complejo de inferioridad es encontrando el coraje de ser imperfecto, y para lograrlo la mejor terapia es aprender a reírse de uno mismo.
"SER HUMANO SIGNIFICA SENTIRSE INFERIOR" decía Alfred Adler, psicoanalista contemporáneo de Sigmund Freud, de quien se separó por discrepar con respecto a la importancia que Freud le daba al factor sexual. Adler hipotetizó un complejo de inferioridad que explicaría las neurosis y creó una teoría alternativa, conformando en 1908 la primera disidencia importante en la historia del psicoanálisis.
Aunque las comparaciones son odiosas, siempre nos estamos comparando, y no siempre salimos bien parados de esas situaciones, por lo que los seguidores de esta corriente adleriana sostienen que el hecho desentirnos menos es un rasgo básico y elemental de nuestra personalidad. Aun las personas más encumbradas se sienten inferiores a otros, como puede ser en materia de libertad. Por ejemplo, Pío XII, con todo el poder que se supone que tiene un pontífice romano, fue el primer Papa que logró tener dos horas del día para él mismo, para poder caminar, rezar o hacer lo que quisiera sin que lo controlaran. "Él seguramente estaría sintiéndose inferior a cualquier hombre de la calle que tiene muchas más horas de tiempo libre", explicó a galería el psicoanalista uruguayo Yaír Hazán, del Centro de Estudios Adlerianos.
A diferencia de otras corrientes de la psicología que no consideran la inferioridad como un sentimiento normal, los adlerianos establecen que lo tenemos todos. El hijo se compara con su padre o su hermano mayor que es más grande, más poderoso, que tiene libertades que él no tiene, que tiene un poder económico que él no tiene. Pero se van descubriendo otras causas de este sentimiento que pueden ir agravando la situación, como cuando uno cree no ser lo que debiera, o que hay ciertas cosas para uno imposible de hacer, hasta llegar a las deficiencias reales o imaginarias en cuanto a funciones mentales o físicas. También puede haber una inferioridad social. Adler fue el primer psicoanalista que trabajó con pobres, entre quienes encontraba con más frecuencia ese sentimiento. No acceder al patrón estético establecido o carecer de algo valorado en el contexto cultural o familiar en el que la persona está inmersa, puede hacer que ella misma se ubique por debajo de los demás.
Pero, ¿qué hace que el sentimiento se convierta en un complejo? "La interpretación del hecho", asegura Hazán, "y eso es subjetivo. Cuando uno se trauma". A dos soldados les amputaron un brazo el mismo día. Años después Adler los visita y uno le dice: "doctor, estoy desesperado, vivo de la pensión militar, la vida no tiene sentido, me quiero pegar un tiro", mientras que el segundo soldado le cuenta, "me casé, tengo un hijo precioso, no entiendo por qué la naturaleza nos dio dos brazos si basta con uno, yo me hago todo". El hecho objetivo es el mismo, pero la interpretación es distinta. El complejo de inferioridad empieza a actuar así en la personalidad del individuo.
En psicología un complejo es un grupo de ideas asociadas con fuertes contenidos emocionales que afectan la actitud de las personas. Para algunos especialistas, el sentimiento de inferioridad no es un complejo y opinan que es una denominación del orden del lenguaje cotidiano.

ESTRATEGIAS PARA LIDIAR.
Siguiendo con el pensamiento adleriano, una vez que el individuo es consciente de su dificultad pone en práctica estrategias, para lo que puede contraer una debilidad o una fortaleza. Es así como Adler descubre la compensación, la sobrecompensación y la descompensación. La primera se refiere a las personas que buscan compensar su defecto real o ficticio con una virtud. Una dentista confesaba en el consultorio de su psicólogo que como le faltaba estatura, había.decidido sobresalir en su familia estudiando.
La sobrecompensación se da en la misma zona en la que radica el complejo. Demóstenes, el famoso orador, era tartamudo y se metía piedras en la boca para aumentar el obstáculo, hasta convertirse en el mejor orador, venciendo la tartamudez. O la que tenía miedo de bailar y se vuelve la mejor bailarina. En estos casos se corre el riesgo de pasar para el otro lado y revelar una actitud de superioridad que no es más que la contracara del complejo de inferioridad que se esconde por detrás. Es el caso de quienes abusan de su autoridad tratando mal a sus subordinados, o intentando destruir la imagen de otros para resaltar la suya, o buscando ser el centro de atención todo el tiempo. Es el que está permanentemente hablando de sí mismo, y si no puede ser el centro del amor pasa a ser el centro del odio.
Otro síntoma que manifiestan las personas que se valoran inferiores es la envidia, que es resultado de la comparación desde abajo. Prácticamente nadie está libre de la envidia, por eso se la considera uno de los pecados capitales. La envidia es querer estar en el lugar del otro pero sin hacer el esfuerzo que eso implica. El envidioso se aisla y critica, pero no hace nada por alcanzar lo que tiene el otro. Según explica Hazán, "hay personas que tienen un sentimiento de inferioridad tan grande que tienen miedo al éxito, porque saben que con eso van a despertar la envidia y lo van a atacar por sus flancos débiles, van a decir cualquier cosa de él".

DE LA VERGÜENZA A LA DEPRESIÓN.
Una de las principales manifestaciones de este sentimiento es la vergüenza. Vergüenza del origen social, vergüenza de la situación económica, vergüenza de la imagen propia. Es común encontrarse con estudiantes que tienen miedo de participar en clase o al dar un examen oral se ponen tan nerviosos que tartamudean. "Ese tipo de persona a medida que va pasando por ese sentimiento subjetivo de inferioridad se convierte en una persona rígida y de alguna manera desarrolla una estrategia relativamente inteligente que es el aislamiento. Deja de ir a eventos sociales porque evita esa posible situación de vergüenza", asegura el psicoanalista Andrés Buschiazzo.
Otro espejo donde se puede ver reflejado este problema es el del patrón estético. Jazan afirma que la causa de la bulimia y de la anorexia es un sentimiento de inferioridad estético. Inclusive la enfermedad más popular en este momento, la depresión, es un sentimiento de inferioridad, creer que uno no tiene derecho a ser feliz, a tener la valía de las demás personas. De ahí habrán de derivar varios desajustes, pero el esqueleto está en el sentimiento de inferioridad que se vuelve complejo. ¿Por qué para muchos es tan importante acceder al auto último modelo?, se pregunta el psicólogo. "Para compensar un sentimiento de inferioridad. Los chicos más pobres tienen los celulares más caros". Otro de los desórdenes en los que puede derivar es un trastorno bipolar, una gelotofobia o una fobia social (la persona no sale de la casa) y esto, a su vez, conducir al alcoholismo.
La gelotofobia es un miedo intenso a ser objeto de risa o burla. El psicólogo alemán Michael Titze llevó adelante una investigación que reveló que los índices más altos de gelotofobia se dan en países que son potencia, como Estados Unidos, Alemania, Australia y Japón, donde los parámetros de exitismo son muy altos. Allí no importa ser bueno, importa ser el mejor.

EN LOS NIÑOS.
Un sentimiento de inferioridad es una dificultad en la convivencia. Los padres que tienen hijos con determinada deficiencia que lo pueda hacer sentir menos se enfrentan al problema de ayudar a su hijo a que eso no se convierta en un complejo. En este punto los especialistas recomiendan, en primer lugar, reforzar las cosas valiosas que tiene el niño, y en segundo lugar, ver la parte buena o el provecho que se puede sacar de esa deficiencia. Por ejemplo, los miopes en general son buenos lectores, pueden manejar microscopios y se sienten bien moviéndose en un mundo que está cerca. Y, por otro lado, hacerle ver que el fútbol no es lo más importante. Lo fundamental es que un padre debe evitar comparar. Muchas veces, sin imaginarlo, los padres pueden ser responsables de contribuir al desarrollo de sentimientos de inferioridad en sus hijos mostrándoles rechazo, castigándolos de manera indebida, ridiculizándolos delante de otras personas, haciéndolos objeto de bromas, no permitiéndoles el derecho a expresar iniciativa propia, o sometiéndolos a una exigencia desmedida.
Como vimos anteriormente, una forma de manifestar la inferioridad que se siente es llamando la atención. Frente a los niños "problema", esos que golpean cuando se está dando la clase o hacen todo tipo de travesuras para recibir atención, se recomienda, desde la perspectiva adleriana, que a ese niño se le asigne un rol protagónico, como por ejemplo llevar la lista a la otra clase o repartir cuadernos. "La idea no es erradicar la finalidad del comportamiento, la atención, sino utilizarla", explicó Buschiazzo.

REÍRSE DE UNO MISMO.
Para corregir un sentimiento de inferioridad se deben encontrar caminos que fortalezcan la personalidad. Michael Titze ha investigado en profundidad el complejo de inferioridad y encontró que el antídoto es la risa. Titze visitó nuestro país invitado por el Centro de Estudios Adlerianos de Montevideo, donde dictó cursos de formación para terapeutas y dio una conferencia en la Facultad de Psicología titulada "Vergüenza y gelotofobia, miedo a reír y al ridículo. Resultados de una investigación sobre las causas del complejo de inferioridad". Este experto, que estudió también sociología y filosofía y es autor délos libros "La estrategia del humor: la increíble manera de resolver los conflictos" y "Humor terapéutico: principios y aplicaciones", se dedica a la psicoterapia del humor, que se basa en la acción terapéutica de la risa en el cuerpo y la mente humanas. Uno de los mecanismos para aceptar la ridiculez propia, porque todos somos un poco ridículos, es la risa. "Cuando uno se ríe de las dificultades que tiene o de lo ridículo que puede llegar a ser, de alguna manera pasa el umbral, y cuando tiene que afrontar otra situación en la vida cotidiana está más aliviado, más tranquilo", explicó Buschiazzo, quien lleva adelante los grupos de terapia de la risa en Montevideo según las técnicas aportadas por Titze.
"Muchas veces en la psicoterapia se trabaja con una consigna, tener el coraje de ser imperfectos. La persona lo puede entender, pero ¿cómo lo lleva a la práctica? Los grupos de risa son un complemento ideal para poner esa consigna en práctica y vivenciarlo. De la perspectiva adleriana, el movimiento crea emociones. La risa es un vehículo para comenzar a entender que podemos ser ridículos y a disfrutar de que no somos perfectos", sostiene Buschiazzo. La consigna que el Centro de Estudios Adlerianos intenta difundir en Uruguay es que el ser humano sea perfecto en un solo aspecto, el ser imperfecto.
"El que tiene un sentimiento de inferioridad tiende a aislarse y no pertenecer a ningún lado. Pero si pertenece a un grupo que ríe, ya está en una situación diferente del que se lamenta. Porque ahí ya no hay lugar para el complejo de inferioridad, y no hay lugar para la depresión, ni para las fobias, ni para el miedo a actuar. Es una reeducación más sencilla de lo que parece", concluyó Jazan.
El complejo de inferioridad puede pensarse como un problema resultante de las sociedades exitistas, no solidarias, competitivas, en las que todo el mundo siempre se está comparando. Se recomienda entonces no caer en comparaciones, porque siempre habrá otros que son más, así como otros que son menos.